Editorial 23/03/2013
Lo inasible de un papado o la lejanía de un Papa, algo habitual para tantos argentinos y latinoamericanos, se derrumbó el 13 de marzo. No hay argentino, casi, que no conozca al nuevo Papa.
Por lo mediático, por lo político o por lo que sea, Francisco estuvo y está en boca de todos. Y se roza tanto la política con la Iglesia o la religión con el Estado, que es imperioso colocar todos los ingredientes juntos a la hora del análisis. Y así, Francisco I, antes cardenal Jorge Mario Bergoglio, se ha convertido en el argentino con mayor poder terrenal (y político), que jamás haya existido y vaya que no es poca cosa.
No pasaron muchos minutos u horas para que se descargasen sobre su figura, andanadas de palabras, algunas cargadas de un “odio” visceral y otras, las más, emotivas, conciliadoras, racionales aunque pudieran no estar del todo bien “ubicadas” por la conmoción que causó esta “fumata bianca”.
El fútbol, las villas, la religiosidad, la historia, la política, los medios y, también, la dictadura. No es posible resumir lo acaecido. Se puede pensar, anteponiendo a lo blanco y lo negro, el gris y, mejor aún, la materia gris, elemento indispensable que debe ser utilizado siempre antes de abrir la boca o derramar palabras en algún escrito.
Los mayores errores en el análisis sobre la figura de Francisco fueron cometidos por varias personas cercanas al Gobierno nacional, dirigentes y periodistas, algunos de los cuales no “viraron” sino que, en algún caso, se callaron, llegando a la disculpa, tardía, como la expresada por Hebe de Bonafini, tantas veces cargadas sus palabras, también de ese “odio visceral” hacia jueces, dirigentes políticos, militares o, aún, familiares de desaparecidos, al que es tan proclive y que ha derrumbado para muchos la imagen de una “madre de la Plaza” cuya familia fue despedazada durante la Dictadura cívico militar. Como ella se podría nombrar a muchos, vale decir, en el seno del Gobierno y en el seno de la oposición política, que también descargaron “odio” y lamentables errores de interpretación.
Si de política hablamos coloquemos ese primer momento de “lectura” parcial como, lisa y llanamente, una grosería. Vincular al Papa como un hombre de la Dictadura y llegar a expresar que hasta participaba en sesiones de tortura o entregaba sacerdotes, no resiste a la historia que dice que Bergoglio declaró como testigo y no como imputado en una causa vinculada a los curas Jalics y Yorio, secuestrados en el año 1976 y, luego, liberados.
Este análisis no exculpa a la Iglesia Católica y a su jerarquía, cómplice y confesora del genocidio pero no culpa a cientos de sacerdotes y monjas que se jugaron la vida salvando a otros seres humanos. Y, claro, no culpa a las decenas de monjas y curas asesinados.
Se habló por estos días de “cambios y virajes” en el pensamiento del Gobierno Nacional. La insensatez y lo descomedido del planteo eximirían de un mejor y profundo análisis. ¿Quién no cambia cuanto todo cambia? ¿O es lo mismo el cardenal Bergoglio que el Papa Francisco? Pueden habitar el mismo cuerpo pero nada tienen ni tendrán que ver. El Papa Francisco cambió entonces y, necesariamente, tendrá otra visión y otra relación con la presidenta de la Argentina. Y Cristina tendrá una relación diferente con el Vaticano y su Jefe de Estado. ¿Podría ser de otra forma?
La idea de apropiarse del “Papa” rondó y ronda en algunas cabecitas “alucinadas”, vale decir, del Gobierno y de la oposición. Pero los gestos van hacia otro lado. El Papa no visitará a su país antes del mes de noviembre, alejándose del proceso electoral y no es fácil la tarea que tiene por delante: introducir cambios, modificar, “curar” y hacer cierto el por qué de esa “elección” que demuestra que la Iglesia necesita de América Latina y necesita hacer cierta la declamada “opción por los pobres”.
No en teoría y sí en la práctica, está demostrado que Francisco trabajó en lugares humildes, en las villas, en la cercanía de ese mundo tantas veces olvidado.
Hoy, los gestos indican que sus dichos siguen en la misma dirección. “Una Iglesia pobre con los pobres”.
Quien no comprenda que nada es lo mismo que lo que era el 12 de marzo no comprenderá cuáles son las realidades y las modificaciones habidas en gestos y mensajes, en encuentros y palabras.
El “odio” instalado y vivido cada día por muchos y muchas no permite descorrer el velo de lo que es cierto y lo que es irreal.
Es el “odio” el que no permite escuchar al otro.
Es el “odio” el que niega razones en el otro.
Es el “odio” el que permitió y permite la cercanía con la muerte.
Quienes no poseemos creencias religiosas observamos atentamente estos cambios. Y en este caso concreto son positivos y pueden serlo puertas adentro de la Institución Iglesia. Y, cómo no, hacia afuera.
El “odio” nos podría cegar y hacer que pintemos muros con la frase “Francisco dictador, torturador y genocida”, acorde con lo expresado por varias voces. Y nos podría hacer confundir fotos teñidas de sangre con obispos y monseñores de otras épocas.
Pudiera suceder que Francisco beatifique a Carlos de Dios Murias, un cura asesinado en La Rioja durante la dictadura y que el mismo Francisco siga manteniendo su postura sobre el matrimonio igualitario o los derechos de las minorías sexuales. Por un lado significaría un reconocimiento sobre el rol de la Iglesia en aquellos oscuros años y por el otro el mantenimiento de ideas que están en debate, tanto como el celibato o el sacerdocio para las mujeres.
En diez días de papado parecería haber surgido un aire de renovación. Esperar y observar parece ser el dictado de este tiempo. Dentro y fuera de la Iglesia.
Con ideas e ideología, con defensa de las posturas, sin odios y no porque lo diga Francisco sino para seguir siendo humanos racionales.
En definitiva, la “moda” de estar a favor o en contra de Francisco duró muy poco. Que cada uno se haga cargo.
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